Isabel Mercadé *
Siri Hustvedt cuenta en La mujer
temblorosa el caso
del adolescente Neil.
Afectado de una lesión cerebral, había perdido toda capacidad de memoria
incluida la más inmediata. Era incapaz de responder a cualquier pregunta sobre
lo hecho un minuto antes. No lo recordaba, excepto si se le pedía que
respondiera por escrito. Entonces podía hacerlo. Como si fuera su mano la que
recordara. Como si con el gesto, el movimiento, conjurara el recuerdo. Como si
el cerebro, al dar la orden a la mano, fuera capaz también de ordenarse a sí
mismo la resurrección de esa zona aparentemente muerta. Ni neurólogos ni
psiquiatras han conseguido desvelar el misterio. Siri Hustvedt no menciona si
en ese caso tuvo también alguna intervención el psicoanálisis.
Clarice Lispector decía que mientras tuviera preguntas sin
respuesta, continuaría escribiendo. ¿Significa eso que en la escritura hallaba
respuesta a esas preguntas? Es verdad que hallaba respuestas, que descubría, en
el proceso mismo de la escritura, cosas que antes desconocía que supiera, pero
no necesariamente ese descubrimiento respondía a la pregunta inicial. Y ese
conocimiento se hallaba alojado, ¿dónde? ¿en el inconsciente?
Según Lacan, el inconsciente es el capítulo de nuestra
historia que está marcado por un espacio en blanco u ocupado por una mentira:
es el capítulo censurado. Entonces, ese misterio, ese conocimiento que se saca
a la luz en el proceso de la escritura, ¿Estaba antes en algún lugar, en una
zona nebulosa de la conciencia que la propia conciencia intenta ocultarse a sí misma
sin éxito, sin llegarlo a desterrar al inconsciente, o la escritura logra
realmente rescatar el capítulo censurado de mi historia? Lacan es en esto
radical. La palabra que busca el poeta sería para él aquella que “no cesa de no
escribirse”. Pero, ¿es eso una mala noticia? ¿ser consciente de que la palabra
que buscamos no cesará jamás de no escribirse? Me aventuraría a decir que no,
que es precisamente todo lo contrario, que se trata de una feliz paradoja,
nunca encontraremos la palabra, nunca llegaremos a ese decir, por lo tanto la
posibilidad de una escritura infinita está abierta.
Afirma Wittgenstein que de aquello de lo que no se puede hablar,
es mejor no hablar. Es la conclusión que tradicionalmente se ha extraído de su Tractatus. Wittgenstein identifica lo
místico con lo indecible y concluye, con una lógica aplastante, que no es
posible hablar de lo que no es posible hablar. Sin embargo, esa lógica
aplastante obtuvo algunos años más tarde una respuesta también paradójicamente
feliz. Si no es posible hablar de ello, respondería Derrida, entonces tenemos
que escribirlo. Y aquí Derrida parece confirmar la posibilidad del milagro del
adolescente Neil: rescatar la palabra
aparentemente perdida para siempre a través del gesto de la escritura o, por lo
menos, corroborar la feliz paradoja, seguir buscando respuesta a través de la
escritura a la pregunta imposible.
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