Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Acaba
de fallecer el escritor y guionista norteamericano Richard Matheson. Cultivó
casi todos los géneros de la literatura popular, pero fue sobre todo en la
Ciencia-ficción en donde encontró la máxima popularidad dando dos obras
maestras: Soy leyenda (1954) y El increíble hombre menguante (1956).
A
diferencia de otros autores que aprovechan la Ciencia-ficción para desarrollar
especulaciones sobre la Tecnología en un mundo futuro o las posibilidades que
la Física moderna abre con sus múltiples interrogantes cuánticos sobre el
Universo, Matheson se centró en el desarrollo narrativo de una idea más vieja
pero que perdura: la lucha por la supervivencia en el marco de la evolución de
la vida. No tuvo que recurrir a "agujeros de gusano", "multiversos",
a las paradojas temporales ni a los efectos de viajar a la velocidad de la luz.
Le bastó con crear historias de supervivencia retomando las aportaciones de
Darwin complementadas por la genética posterior.
En El increíble hombre menguante traza la
lucha por la supervivencia partiendo de la hipótesis de la transformación de un
ser humano por la exposición a una nube radioactiva mientras toma el sol
tranquilamente en su yate. Los efectos sobre su organismo invierten el proceso
de crecimiento y comienza a menguar. Aquí acaba la fantasía; le sigue un
riguroso y volteriano análisis de la transformación de su relación con su
entorno, primero social —el rechazo y la pérdida de sus lazos afectivos— y
después físico —la agresividad de la naturaleza controlada por el hombre hasta
el momento—. La reducción de tamaño es el desencadenante para que se manifieste
lo que hasta ese momento estaba latente: la violencia de la realidad en todos
sus niveles. En cada uno de los escalones en que se convierten en su nuevo
hábitat, el personaje descubre que tiene que luchar por sobrevivir. Elementos
que estaban superados, le son mostrados ahora en su violencia —el apacible gato
doméstico, la insignificante araña...— y ahora compiten con él intentado
aniquilarlo. Es la mecánica ciega de la vida.
En Soy leyenda, otro agente exterior,
producto de las guerras bacteriológicas ha alterado el equilibrio del sistema,
haciendo que unas bacterias parasiten a los muertos humanos, a quienes manejan
como marionetas sedientas de sangre, convirtiéndolos en vampiros, en "muertos
vivientes". Uno de ellos, Neville, el último que queda de la especie humana,
intenta inútilmente frenar el proceso desencadenado de competencia entre las
especies. La especie humana, tal como la conocíamos, ya ha perdido en su
carrera de la evolución. Solo sobrevivirán los que han podido adaptarse, los
mutantes que pueden controlar los efectos de las bacterias y que dan lugar a
una nueva humanidad evolucionada. La vieja humanidad es ya recuerdo, leyenda.
Matheson
es un ejemplo de cómo la cultura popular transforma los discursos científicos
en narrativos ajustándolos al imaginario del momento. La cultura funciona así a
lo largo de la historia. Los discursos de distinto género son reinterpretados
en nuevos ámbitos, acogiendo formas y motivos. Muchas veces son modificados
para lograr síntesis con las que poder conjuntar las ideas nuevas con las
viejas, las formas características de un campo con las de otro. La idea nuclear
—en este caso, los mecanismos de la evolución— se inserta transformada en géneros
tradicionales. El carácter agonístico del motor narrativo —el enfrentamiento,
el conflicto que hace avanzar— adquiere un nuevo sentido en su marco
explicativo, la lucha por la supervivencia, por la reproducción y los recursos
disponibles.
No es
el único campo. Pensemos en cómo las especulaciones de los físicos sobre las
posibilidades de los viajes en el tiempo, desde la Teoría de la Relatividad, han
desencadenado múltiples relatos populares —muchas veces realizados por los
mismos científicos, como A.C. Clark, S. Lem, C. Sagan o el mismísimo I. Asimov—
sobre los viajes en el tiempo y sus paradojas y consecuencias. De la idea
científica surge el relato.
Darwin
y Charles Wallace habían leído ambos a Robert Malthus y sus estudios sobre la
población; a ambos les dirigió paralelamente hacia el desarrollo de una teoría
de la evolución de la vida. Economistas, políticos y filósofos leyeron a Darwin
y lo tradujeron a principios sobre la caridad, los impuestos o la eugenesia. Los
artistas lo hicieron a su manera.
La
cultura es un mecanismo de relectura constante, de reinterpretación permanente
y de adecuación de unos campos a otros, de asimilación y reescritura. La "cultura
popular" es el resultado de una traducción constante de los elementos que
se producen en distintos tipos de discursos —teológicos, filosóficos, económicos,
artísticos...— en capas especializadas para convertirlos en "asimilables"
en el terreno que configura el imaginario colectivo: los mitos y narraciones.
Matheson
recoge la teoría de la evolución y la personifica en una lucha entre humanos y "vampiros",
cuerpos humanos colonizados por bacterias, compitiendo por los recursos de la Tierra, o
nos muestra el regreso de un entorno hostil que el hombre había dejado atrás.
Otros autores lo harán con especies que llegan del otros planetas, como hizo H.G. Wells
en La guerra de los mundos, especies
que en este caso serán derrotadas por ser incapaces de adaptarse al entorno.
Richard
Matheson se dio cuenta, en un momento de su vida, que había estado dando cuerpo
literario al mensaje evolucionista en su imaginación. La literatura, el cine, artes
populares, habían acogido, en la lucha de sus personajes contra entornos
hostiles, su interpretación de los mecanismos de la evolución de la vida.
* Joaquín Mª Aguirre es profesor de la UCM, crítico, editor de la revista de estudios literarios Espéculo y del blog El juego sin final. Su blog diario es Pisando charcos.