martes, 25 de junio de 2013

Richard Matheson y el darwinismo popular

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Acaba de fallecer el escritor y guionista norteamericano Richard Matheson. Cultivó casi todos los géneros de la literatura popular, pero fue sobre todo en la Ciencia-ficción en donde encontró la máxima popularidad dando dos obras maestras: Soy leyenda (1954) y El increíble hombre menguante (1956).
A diferencia de otros autores que aprovechan la Ciencia-ficción para desarrollar especulaciones sobre la Tecnología en un mundo futuro o las posibilidades que la Física moderna abre con sus múltiples interrogantes cuánticos sobre el Universo, Matheson se centró en el desarrollo narrativo de una idea más vieja pero que perdura: la lucha por la supervivencia en el marco de la evolución de la vida. No tuvo que recurrir a "agujeros de gusano", "multiversos", a las paradojas temporales ni a los efectos de viajar a la velocidad de la luz. Le bastó con crear historias de supervivencia retomando las aportaciones de Darwin complementadas por la genética posterior.
En El increíble hombre menguante traza la lucha por la supervivencia partiendo de la hipótesis de la transformación de un ser humano por la exposición a una nube radioactiva mientras toma el sol tranquilamente en su yate. Los efectos sobre su organismo invierten el proceso de crecimiento y comienza a menguar. Aquí acaba la fantasía; le sigue un riguroso y volteriano análisis de la transformación de su relación con su entorno, primero social —el rechazo y la pérdida de sus lazos afectivos— y después físico —la agresividad de la naturaleza controlada por el hombre hasta el momento—. La reducción de tamaño es el desencadenante para que se manifieste lo que hasta ese momento estaba latente: la violencia de la realidad en todos sus niveles. En cada uno de los escalones en que se convierten en su nuevo hábitat, el personaje descubre que tiene que luchar por sobrevivir. Elementos que estaban superados, le son mostrados ahora en su violencia —el apacible gato doméstico, la insignificante araña...— y ahora compiten con él intentado aniquilarlo. Es la mecánica ciega de la vida.


En Soy leyenda, otro agente exterior, producto de las guerras bacteriológicas ha alterado el equilibrio del sistema, haciendo que unas bacterias parasiten a los muertos humanos, a quienes manejan como marionetas sedientas de sangre, convirtiéndolos en vampiros, en "muertos vivientes". Uno de ellos, Neville, el último que queda de la especie humana, intenta inútilmente frenar el proceso desencadenado de competencia entre las especies. La especie humana, tal como la conocíamos, ya ha perdido en su carrera de la evolución. Solo sobrevivirán los que han podido adaptarse, los mutantes que pueden controlar los efectos de las bacterias y que dan lugar a una nueva humanidad evolucionada. La vieja humanidad es ya recuerdo, leyenda.

Matheson es un ejemplo de cómo la cultura popular transforma los discursos científicos en narrativos ajustándolos al imaginario del momento. La cultura funciona así a lo largo de la historia. Los discursos de distinto género son reinterpretados en nuevos ámbitos, acogiendo formas y motivos. Muchas veces son modificados para lograr síntesis con las que poder conjuntar las ideas nuevas con las viejas, las formas características de un campo con las de otro. La idea nuclear —en este caso, los mecanismos de la evolución— se inserta transformada en géneros tradicionales. El carácter agonístico del motor narrativo —el enfrentamiento, el conflicto que hace avanzar— adquiere un nuevo sentido en su marco explicativo, la lucha por la supervivencia, por la reproducción y los recursos disponibles.
No es el único campo. Pensemos en cómo las especulaciones de los físicos sobre las posibilidades de los viajes en el tiempo, desde la Teoría de la Relatividad, han desencadenado múltiples relatos populares —muchas veces realizados por los mismos científicos, como A.C. Clark, S. Lem, C. Sagan o el mismísimo I. Asimov— sobre los viajes en el tiempo y sus paradojas y consecuencias. De la idea científica surge el relato.
Darwin y Charles Wallace habían leído ambos a Robert Malthus y sus estudios sobre la población; a ambos les dirigió paralelamente hacia el desarrollo de una teoría de la evolución de la vida. Economistas, políticos y filósofos leyeron a Darwin y lo tradujeron a principios sobre la caridad, los impuestos o la eugenesia. Los artistas lo hicieron a su manera.

La cultura es un mecanismo de relectura constante, de reinterpretación permanente y de adecuación de unos campos a otros, de asimilación y reescritura. La "cultura popular" es el resultado de una traducción constante de los elementos que se producen en distintos tipos de discursos —teológicos, filosóficos, económicos, artísticos...— en capas especializadas para convertirlos en "asimilables" en el terreno que configura el imaginario colectivo: los mitos y narraciones.
Matheson recoge la teoría de la evolución y la personifica en una lucha entre humanos y "vampiros", cuerpos humanos colonizados por bacterias, compitiendo por los recursos de la Tierra, o nos muestra el regreso de un entorno hostil que el hombre había dejado atrás. Otros autores lo harán con especies que llegan del otros planetas, como hizo H.G. Wells en La guerra de los mundos, especies que en este caso serán derrotadas por ser incapaces de adaptarse al entorno.

Richard Matheson se dio cuenta, en un momento de su vida, que había estado dando cuerpo literario al mensaje evolucionista en su imaginación. La literatura, el cine, artes populares, habían acogido, en la lucha de sus personajes contra entornos hostiles, su interpretación de los mecanismos de la evolución de la vida.




* Joaquín Mª Aguirre es profesor de la UCM, crítico, editor de la revista de estudios literarios Espéculo y del blog El juego sin final. Su blog diario es Pisando charcos.